jueves, 4 de junio de 2009

El Último Segundo


Despacio abrió el ojo derecho y vio directamente las sabanas que le llegaban hasta la nariz. Sus manos hechas un bollito en su pecho y sus piernas dobladas una encima de la otra. El costado de su espalda descansaba sobre el colchón y su cara se hundía en la almohada.
De a poco se fue dando vuelta para no sentir tanto el frío de las sabanas hasta quedar boca arriba. El pelo todo revuelto se esparcía sobre la almohada. Se destapó un poco la cara hasta que las sabanas y colchas llegaron a sus hombros. Por su nariz entraba el crudo aire que flotaba en la habitación.
Abrió los dos ojos y miró el techo blanco. No se quería levantar. Tiró la cabeza para atrás y viendo el mundo al revés observó a través por la ventana. Las nubes grises como de algodón sucio cubrían el cielo y se veían algunas hojas de árboles medias marrones que volaban.
Se volvió a hundir en la almohada y se tapó toda la cara. Volvió a cerrar los ojos como haciendo fuerza para dormirse de nuevo, pero la idea de que tenía que levantarse le daba vueltas por la cabeza. No tenía otra opción.
Se movía despacio entre las sabanas, como despertando de a poco cada parte de su cuerpo.
De un solo movimiento corrió todo lo que la cubría, instantáneamente el frío le llegó hasta los huesos y se volvió a tapar desesperadamente. Evidentemente no era la mejor forma de levantarse.
Se volvió a enroscar en las colchas y a cerrar los ojos. Despacio volvió a abrirlos y esta vez segura de hacerlo se sentó en la cama y agarró el pantalón que colgaba de los pies casi en el piso.
Hizo un cuarto de giro sobre sí misma hasta que sus pies quedaron casi rozando la alfombra y comenzó a ponerse el pantalón. Sin prenderlo se agacho y busco las medias que estaban tiradas arriba de la alfombra, se las puso y después las pantuflas. Se paró, hizo dos pasos y agarró la primera remera de una pila de ropa que descansaba encima de un sillón que estaba en el medio de la pieza.
Camino tres pasos para su derecha, sacó una campera del ropero y se la puso también. Se abotonó el pantalón y caminó hasta la puerta de la habitación. Abrió la puerta y el calor de la otra sala le llenó la cara.
Llegó a al puerta del baño, tocó por las dudas hubiera alguien y nada se escucho adentro; se dio cuenta que era mejor poner el agua a calentar para no perder tiempo después. Dejó atrás el baño y se dirigió a la cocina. Llenó con agua en la pava, prendió la hornalla y la puso encima.
Por la ventana de la cocina podía verse que hacía un día de invierno brutal, el viento hacía volar las cosas y las nubes estaban altas, grises y quietas. Eran como un mar congelado.
Volvió al baño y esta vez no tocó.
Cuando entró el dolor inundó su cuerpo, sus piernas se aflojaron y todo su cuerpo se ablandó, de a poco y como en cámara lenta quedó acostada en el piso con la cara aplastada contra el piso helado del baño.
El dolor había empezado en el estómago y se había disipado por el cuerpo como un relámpago. Cada centímetro de su cuerpo y su piel había sentido la descarga violenta que fluía como la sangre y se escapaba por cada poro.
Ya tirada en el suelo, no podía ni siquiera moverse, estaba paralizada de dolor y a pesar que su mente estaba despierta su cuerpo parecía muerto.
Sus ojos frenéticos buscaban algo que la ayudara a moverse, pero nada parecía servir, no podía hablar, ni gritar, ni emitir sonido alguno.
A medida que pasaban los minutos podía sentir como cada parte de su cuerpo iba quedando sin vida. El proceso había iniciado por los dedos de los pies y subía lentamente como un monto que cubría su cuerpo. Los pies, las piernas, las rodillas, sus muslos. Era una cosquilla leve que acababa en la nada. Ni frío, ni calor.
Con cada minuto, el dolor abandonaba una parte que quedaba como inexistente.
El manto ya llegaba a su estómago y el miedo de la mente inteligente se desataba en sus neuronas.
De a poco su corazón latía cada vez menos y su garganta se cerraba, sin dejar que los casi inmóviles pulmones se inflaran.
Como un rayo de luz, sintió que su garganta se abría, y sus pulmones llenos de ese preciado aire se inflaban hasta lo más amplio, su corazón latió rápidamente. Sintió calor en las mejillas y sin pensar suspiró hondamente.
Cuando la ultima partícula de aire abandonó su cuerpo, se dio cuenta que ese había sido su ultimo segundo.

3 comentarios:

  1. oh, escribí un montón y no lo publicó!

    a ver..

    1-me siento muy identificado con la primera parte del relato, doy todas esas vueltas (y más) para levantarme, pero se justifica porque no tengo alfombra. (la protagonista de tu historia sí tenía y por lo menos no sintió tanto frescor antes de que le pase lo que le pasó)

    2-el desenlace está mortal! (lo definí como "mortal" a propósito en lugar de "estupendo" o "genial" para aportar una opinión más a fin en relación con lo narrado... se sobre entiende, que quede claro)

    3- no puedo evitar sentir algo de temor al pensar que la muerte (lenta) se pueda dar de esa forma tan real como las percepciones que van transcurriendo hasta que la última partícula de aire útil para la vida abandona su cuerpo.

    he dicho

    JOsé

    (màs vale lo publique o me enojaré.... para colmo el blog no permite copiar el comentario para salvarlo)

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  2. Al principio pensé que me espiabas y estabas escribiendo cómo son mis mañanas (en el bosque hace mucho frío y el baño siempre está ocupado por los otros duendes... no sé que hacen ahí dentro, siempre hay alguno).
    Pero después me dió como miedito pensar que me puedo morir así. A partir de ahora no voy a dormir más.

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  3. Che vo!
    que te pasa que no escribis mas!?
    No seas turra...
    dale dale, un cuentito.
    Ah sabes que? a mi ahora me agarro la de los cuentos tmb, no me acuerdo si te conte en algun momento..

    Buno, me voy para mundo, nos veremos?
    Quedara la duda para todos aquellso que lean...

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