martes, 13 de octubre de 2009

Viaje

Como todas las noches aproximadamente a las once y media empezó a acomodar las cosas para la mañana siguiente, sin pensarlo, parada al lado de la puerta de la habitación, levantó la mano, soltó un “chau” casi sin volumen y cerró la puerta.

Una luz proveniente de la calle entraba por la ventana. A pesar de ser artificial era cálida y alumbraba lo suficiente como para andar por el cuarto sin problemas.

Se sacó toda la ropa, se puso una remera que estaba tirada sobre una silla y ordenó prolijamente la remera, el pantalón, el pulóver, las medias y el corpiño sobre la misma silla; puso las zapatillas al costado de la cama y se sentó en ella. Las sabanas frías le hicieron correr un escalofrío por todo el cuerpo.

Las sombras paseaban por las paredes de la habitación, afuera todo seguía moviéndose, autos, personas, ruidos, árboles, hojas, viento.

Cerró los ojos un segundo, el cansancio del día le impedía terminar de acostarse. Dio un cuarto de giro y subió las piernas sobre el colchón. Se recostó sobre las colchas y ya no pudo esperar para taparse.

La cabeza se le hundió en la almohada, el pelo le tapaba los ojos ocultando las luces que entraban de afuera. Se rozaba un pie contra otro para calentarlos. Los ojos cerrados.

De pronto la levedad, la liviandad. Como si el cuerpo estuviera suspendido en el aire. Segundos desde la realidad al sueño. Instantes desde la conciencia a la inconciencia.

Los ojos se aplastan, y a pesar de la sensación de flotar es como si el cuerpo pesara más.

Sin saber cómo está en la casa de sus padres. Están todos, la abuela, los hermanos, los padres, se ríen y hablan de cosas de todos los días. Está oscuro, de pronto las paredes cambian de color, como si de ellas se desprendiera pintura roja, todos corren, la desesperación de la inundación, el padre la agarra del brazo; “es la invasión” le grita, corren arrastrados por el río de sangre. Llegan afuera. La claridad del sol la ciega y por un instante no puede ver nada. De repente, un campo se alza ante sus ojos y está sola; camina sin saber donde está, la noche se pone en su cabeza, la luna es gigante, ilumina lo que hay alrededor. De pronto empiezan a verse árboles por todos lados, altos y oscuros con ramas gruesas que casi la alcanzan, le rozan el pelo. Escucha un ruido extraño, se da vuelta; caballos corren, se acercan rápidamente. Sin pensarlo se da vuelta y escapa sin saber a donde se dirige. Los pocos rayos de luz entran entre las copas de los árboles y proyectan sombras. Se desespera y corre cada vez más rápido, le duelen las piernas, el pelo le pega en la cara, corre y corre sin pensar. Ve que la persigue un caballo blanco como la sal, se da vuelta en busca de algo que no sabe lo que es.

Se despierta.

Mira por la ventana que está al lado de la cama, la noche es azul oscuro, casi negro; no se ven estrellas. Las luces de afuera no están más y de pronto la ventana se abre golpeando la pared y deja que el cielo cubra el techo. Ahora las paredes son azules oscuras como la noche, llenas de estrellas que brillan lejos diminutas. Desde una punta se ven rayos cada vez más grandes, suben tiñendo de rosas y anaranjados las paredes, siente como el color la abraza, se sumerge en él. Una luz blanca inunda todo, ella es blanca, es aire, es luz. Desaparece.

Se despierta, una alarma suena en algún lado. Agarra el reloj pero no puede ver los números, prende una luz y cada vez ve menos. Se levanta y envuelta en las colchas camina hasta el interruptor, mira la ventana parece de noche; prende la luz, de pronto todo es más claro, más blanco, pero sigue sin ver. Vertiginosamente se da cuenta que todo es gris y con cada luz que enciende todo es mas blanco, las cosas de la habitación destellan claridad, le duelen los ojos, ciega por un momento, piensa que debe ser tarde, que no puede terminar de encontrarle forma a los números del reloj. Camina por la habitación hasta la cama chocándose las cosas que a cada momento son más blancas y brillantes. Se tira en la cama.

Se despierta.

Mira por la ventana que está a la derecha de su cama, ya el sol brilla y un rayo de luz le da justo en los ojos. Se tapa la cara con las sabanas. Otra vez, la levedad, la liviandad, la ingravidez del sueño.

1 comentario:

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