martes, 23 de agosto de 2011

Pienso mucho en esas personas que se mueren pero siguen estando, como suspendidas en el tiempo. Como si no hubieran muerto. Esas personas que no se asume realmente su muerte. Como si estuvieran de viaje. Lo más extraño es que siempre que se recuerda a esas personas se las recuerda como vivas, haciendo lo que hacían, viviendo como vivían, viviendo donde vivían, usando sus ropas, con sus ojos iluminados. Me pasa tanto que me olvido que han muerto muchas personas. Por supuesto, siempre hay algo que me recuerda que murieron. Una foto. La hija de esa madre. Un amigo mas cercano que yo. Lo vidrioso de unos ojos que recuerdan a alguna de esas personas, no muertas para mí. Duele cada vez que me acuerdo, es duro. Es como enterarme de nuevo que murieron. Esto no tiene nada que ver con el espíritu, el alma o lo que esa persona dejó en el mundo para los demás. Simplemente, esas personas que fueron especiales, que se fueron sin avisar, que no me dejaron saludarlas, que no pudimos festejar juntos, que no me pasaron esas recetas que me habían prometido, que siempre voy a pensar como vivas, que para mí están de viaje, solamente quiero saber: ¿dónde están?

jueves, 18 de agosto de 2011

Canción I

Tiene que ser una mañana gris
con la llovizna persistente
sobre los hombros cansados de los hombres
sobre los pelos oscuros de los niños.


Los ojos como perlas pierden el brillo.


El sabor del cigarrillo
se mezcla con las lagrimas de los otros.
Mientras los unicornios
me llevan, arriba, a lo azul.


Debe haber una brisa fresca
como de invierno lléndose
que haga bailar las cortinas, lentas
que haga balancear los árboles.


Los ojos como perlas pierden el brillo.


El sabor del cigarrillo
se mezcla con las lágrimas de los otros.
Mientras los unicornios
me llevan, arriba, a lo azul.

martes, 13 de octubre de 2009

Viaje

Como todas las noches aproximadamente a las once y media empezó a acomodar las cosas para la mañana siguiente, sin pensarlo, parada al lado de la puerta de la habitación, levantó la mano, soltó un “chau” casi sin volumen y cerró la puerta.

Una luz proveniente de la calle entraba por la ventana. A pesar de ser artificial era cálida y alumbraba lo suficiente como para andar por el cuarto sin problemas.

Se sacó toda la ropa, se puso una remera que estaba tirada sobre una silla y ordenó prolijamente la remera, el pantalón, el pulóver, las medias y el corpiño sobre la misma silla; puso las zapatillas al costado de la cama y se sentó en ella. Las sabanas frías le hicieron correr un escalofrío por todo el cuerpo.

Las sombras paseaban por las paredes de la habitación, afuera todo seguía moviéndose, autos, personas, ruidos, árboles, hojas, viento.

Cerró los ojos un segundo, el cansancio del día le impedía terminar de acostarse. Dio un cuarto de giro y subió las piernas sobre el colchón. Se recostó sobre las colchas y ya no pudo esperar para taparse.

La cabeza se le hundió en la almohada, el pelo le tapaba los ojos ocultando las luces que entraban de afuera. Se rozaba un pie contra otro para calentarlos. Los ojos cerrados.

De pronto la levedad, la liviandad. Como si el cuerpo estuviera suspendido en el aire. Segundos desde la realidad al sueño. Instantes desde la conciencia a la inconciencia.

Los ojos se aplastan, y a pesar de la sensación de flotar es como si el cuerpo pesara más.

Sin saber cómo está en la casa de sus padres. Están todos, la abuela, los hermanos, los padres, se ríen y hablan de cosas de todos los días. Está oscuro, de pronto las paredes cambian de color, como si de ellas se desprendiera pintura roja, todos corren, la desesperación de la inundación, el padre la agarra del brazo; “es la invasión” le grita, corren arrastrados por el río de sangre. Llegan afuera. La claridad del sol la ciega y por un instante no puede ver nada. De repente, un campo se alza ante sus ojos y está sola; camina sin saber donde está, la noche se pone en su cabeza, la luna es gigante, ilumina lo que hay alrededor. De pronto empiezan a verse árboles por todos lados, altos y oscuros con ramas gruesas que casi la alcanzan, le rozan el pelo. Escucha un ruido extraño, se da vuelta; caballos corren, se acercan rápidamente. Sin pensarlo se da vuelta y escapa sin saber a donde se dirige. Los pocos rayos de luz entran entre las copas de los árboles y proyectan sombras. Se desespera y corre cada vez más rápido, le duelen las piernas, el pelo le pega en la cara, corre y corre sin pensar. Ve que la persigue un caballo blanco como la sal, se da vuelta en busca de algo que no sabe lo que es.

Se despierta.

Mira por la ventana que está al lado de la cama, la noche es azul oscuro, casi negro; no se ven estrellas. Las luces de afuera no están más y de pronto la ventana se abre golpeando la pared y deja que el cielo cubra el techo. Ahora las paredes son azules oscuras como la noche, llenas de estrellas que brillan lejos diminutas. Desde una punta se ven rayos cada vez más grandes, suben tiñendo de rosas y anaranjados las paredes, siente como el color la abraza, se sumerge en él. Una luz blanca inunda todo, ella es blanca, es aire, es luz. Desaparece.

Se despierta, una alarma suena en algún lado. Agarra el reloj pero no puede ver los números, prende una luz y cada vez ve menos. Se levanta y envuelta en las colchas camina hasta el interruptor, mira la ventana parece de noche; prende la luz, de pronto todo es más claro, más blanco, pero sigue sin ver. Vertiginosamente se da cuenta que todo es gris y con cada luz que enciende todo es mas blanco, las cosas de la habitación destellan claridad, le duelen los ojos, ciega por un momento, piensa que debe ser tarde, que no puede terminar de encontrarle forma a los números del reloj. Camina por la habitación hasta la cama chocándose las cosas que a cada momento son más blancas y brillantes. Se tira en la cama.

Se despierta.

Mira por la ventana que está a la derecha de su cama, ya el sol brilla y un rayo de luz le da justo en los ojos. Se tapa la cara con las sabanas. Otra vez, la levedad, la liviandad, la ingravidez del sueño.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Adrenalina

Corren. Rápido. El viento les mueve el pelo, corren y de vez en cuando miran para atrás. El viento frío congela las manos, los pies, la cara, la nariz, se les secan los ojos, se les vuelven a mojar, se les llenan de lágrimas que se deslizan por la cara. Las manos heladas recorren las mejillas secándolas. Casi no sienten los dedos. Las hojas de los árboles les pegan por todo el cuerpo, los ruidos de la ciudad los ensordecen.

Corren desesperados. La gente los mira y se hace a un lado cuando los ve llegar, a veces alguna persona no se mueve del camino, la chocan, se caen. Los cuerpos se mezclan en un golpe seco, parecieran unirse y convertirse una sola masa de carne que rebota entre sí se secciona y las partes caen desplomadas al suelo. Se paran frenéticamente y vuelve a empezar la carrera.


Corren como agua por el río en una creciente. La tierra de las veredas que se les pega en la ropa, les irrita los ojos, se mete entre sus dientes. La mastican, la saborean. Cruzan las calles sin mirar, esquivando autos, camiones, colectivos. Saltan, se escurren, chocan, empujan.

Corren. Sus cuerpos parecen desarmarse, sus piernas se estiran más de lo que se supone que pueden, sus brazos se mueven al costado de su cuerpo, pareciera que van a salirse, son tentáculos que los ayudan a no caer, escudos que empujan cualquier cosa o ser que se interpone. Sus cuerpos parecen de plástico caliente, se deforman y vuelven a acomodarse.

Corren como el viento, en contra, como sea, corren alterados, desesperados nada los detiene, corren.

Escapan.



http://www.youtube.com/watch?v=bRQEsLwQrJc

domingo, 16 de agosto de 2009

Extravío

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El pálido color de las paredes de la habitación entristecía aún más la situación. Una luz ámbar entraba por las hendijas de la puerta e iluminaba débilmente los muebles. Tirada en la cama con los brazos atrás de su cabeza sentía como las sensaciones cambiaban lentamente al compás de la música que llenaba la sala como olas que besan el arena de las playas. Una voz susurraba frases en un idioma extraño dentro de la radio.
Su cuerpo totalmente rendido y entregado a los efectos de la droga se desparramaba desordenadamente sobre el colchón. Los ojos abiertos como dos ventanas miraban fijamente el techo pero no veían nada.
Situaciones e imágenes se desarrollaban ante ella como una película, a veces estiraba lentamente la mano tratando de tocar alguna flor o acariciando el gato que se paseaba por la escena. Un parpadeo. Otra historia y el brazo caía desplomado al lado de su cuerpo.
De a poco y siempre siguiendo la música se dio vuelta hasta que su cara se hundió en las sabanas, la refregó entre ellas y sintió su suavidad, su perfume, extrañó a la persona que había dejado su aroma allí y volvió a olvidarse.
Cerraba lentamente los ojos y volvía a abrirlos, algo como cansancio y tristeza le recorría el cuerpo.
Afuera la noche era oscura y una luz de la calle dejaba un destello en la ventana. Observando detenidamente semejante fenómeno – un rayo de luz depositado en un vidrio, quieto, inmóvil, inalterable - , exploraba sus labios con la punta de los dedos. Era una caricia violenta, una forma de reconocerse. De la boca a las mejillas y de ellas a los ojos, los cerraba y con el dedo índice los rodeaba y dibujaba formas en ellos.
Otra vez la mano cansada volvía al costado del cuerpo.
La soledad de aquella habitación era casi material. Una pocilga en el medio de una posada barata de pueblo. En la calle ni ruido ni gente. El clima se prestaba para viajar, de mano de las inyecciones, por su mente. De a poco se iba yendo, divagando y vagando por sus recuerdos.
La piel se le volvía más sensible a cada instante, podía sentir cada centímetro de su cuerpo. Le ardían la nariz y los ojos. Empezaba a sentir cosquillas en las plantas de los pies. La música estaba más lejana y las imágenes eran menos.
Un golpe en la puerta de entrada de la posada. Voces, pasos, la escalera crujía. Rápidas pisadas como corridas hasta su puerta. Silencio.
Un golpe en la puerta de la habitación y el picaporte se torció. Se sentó en la cama, apoyó la espalda en la pared y metió la jeringa adentro del cajón de la mesa de luz. Entraron dos nenes de caras muy blancas y pelo muy negro, la miraron. Miraron hacia atrás.
Una mujer alta, cubría casi toda la puerta. La miró con desprecio y dijo algunas pocas palabras en un lenguaje que aún resultaba incompresible. Se dio vuelta y cerró la puerta.
Pasos, la escalera crujiendo y otra vez la puerta de la posada.
En la habitación habían prendido un velador y los nenes jugaban con las cosas que había en una caja sucia y media rota, mientras ella veía como el pálido color de las paredes era tan similar a esos rostros.

jueves, 4 de junio de 2009

El Último Segundo


Despacio abrió el ojo derecho y vio directamente las sabanas que le llegaban hasta la nariz. Sus manos hechas un bollito en su pecho y sus piernas dobladas una encima de la otra. El costado de su espalda descansaba sobre el colchón y su cara se hundía en la almohada.
De a poco se fue dando vuelta para no sentir tanto el frío de las sabanas hasta quedar boca arriba. El pelo todo revuelto se esparcía sobre la almohada. Se destapó un poco la cara hasta que las sabanas y colchas llegaron a sus hombros. Por su nariz entraba el crudo aire que flotaba en la habitación.
Abrió los dos ojos y miró el techo blanco. No se quería levantar. Tiró la cabeza para atrás y viendo el mundo al revés observó a través por la ventana. Las nubes grises como de algodón sucio cubrían el cielo y se veían algunas hojas de árboles medias marrones que volaban.
Se volvió a hundir en la almohada y se tapó toda la cara. Volvió a cerrar los ojos como haciendo fuerza para dormirse de nuevo, pero la idea de que tenía que levantarse le daba vueltas por la cabeza. No tenía otra opción.
Se movía despacio entre las sabanas, como despertando de a poco cada parte de su cuerpo.
De un solo movimiento corrió todo lo que la cubría, instantáneamente el frío le llegó hasta los huesos y se volvió a tapar desesperadamente. Evidentemente no era la mejor forma de levantarse.
Se volvió a enroscar en las colchas y a cerrar los ojos. Despacio volvió a abrirlos y esta vez segura de hacerlo se sentó en la cama y agarró el pantalón que colgaba de los pies casi en el piso.
Hizo un cuarto de giro sobre sí misma hasta que sus pies quedaron casi rozando la alfombra y comenzó a ponerse el pantalón. Sin prenderlo se agacho y busco las medias que estaban tiradas arriba de la alfombra, se las puso y después las pantuflas. Se paró, hizo dos pasos y agarró la primera remera de una pila de ropa que descansaba encima de un sillón que estaba en el medio de la pieza.
Camino tres pasos para su derecha, sacó una campera del ropero y se la puso también. Se abotonó el pantalón y caminó hasta la puerta de la habitación. Abrió la puerta y el calor de la otra sala le llenó la cara.
Llegó a al puerta del baño, tocó por las dudas hubiera alguien y nada se escucho adentro; se dio cuenta que era mejor poner el agua a calentar para no perder tiempo después. Dejó atrás el baño y se dirigió a la cocina. Llenó con agua en la pava, prendió la hornalla y la puso encima.
Por la ventana de la cocina podía verse que hacía un día de invierno brutal, el viento hacía volar las cosas y las nubes estaban altas, grises y quietas. Eran como un mar congelado.
Volvió al baño y esta vez no tocó.
Cuando entró el dolor inundó su cuerpo, sus piernas se aflojaron y todo su cuerpo se ablandó, de a poco y como en cámara lenta quedó acostada en el piso con la cara aplastada contra el piso helado del baño.
El dolor había empezado en el estómago y se había disipado por el cuerpo como un relámpago. Cada centímetro de su cuerpo y su piel había sentido la descarga violenta que fluía como la sangre y se escapaba por cada poro.
Ya tirada en el suelo, no podía ni siquiera moverse, estaba paralizada de dolor y a pesar que su mente estaba despierta su cuerpo parecía muerto.
Sus ojos frenéticos buscaban algo que la ayudara a moverse, pero nada parecía servir, no podía hablar, ni gritar, ni emitir sonido alguno.
A medida que pasaban los minutos podía sentir como cada parte de su cuerpo iba quedando sin vida. El proceso había iniciado por los dedos de los pies y subía lentamente como un monto que cubría su cuerpo. Los pies, las piernas, las rodillas, sus muslos. Era una cosquilla leve que acababa en la nada. Ni frío, ni calor.
Con cada minuto, el dolor abandonaba una parte que quedaba como inexistente.
El manto ya llegaba a su estómago y el miedo de la mente inteligente se desataba en sus neuronas.
De a poco su corazón latía cada vez menos y su garganta se cerraba, sin dejar que los casi inmóviles pulmones se inflaran.
Como un rayo de luz, sintió que su garganta se abría, y sus pulmones llenos de ese preciado aire se inflaban hasta lo más amplio, su corazón latió rápidamente. Sintió calor en las mejillas y sin pensar suspiró hondamente.
Cuando la ultima partícula de aire abandonó su cuerpo, se dio cuenta que ese había sido su ultimo segundo.

domingo, 24 de mayo de 2009

Celebración





Caminaban todos juntos por la vereda, eran cinco. El más alto de todos llegó primero a la esquina, tomó el picaporte y abrió la puerta del bar. De a uno pasaron por la estrecha puerta y se sentaron en la única mesa vacía. El que había abierto la puerta fue en busca de una cerveza.

El lugar era oscuro y sucio; a pesar de que todas las mesas estaban ocupadas, no había mucha gente, la música se escuchaba claramente y detrás de la barra un hombre de desagradable aspecto atendía el bar. Volvió el más alto con una cerveza y los vasos necesarios, los ubicó en círculo en la mesa y puso la cerveza al medio. El que estaba sentado en contra de la pared tomó la iniciativa y les sirvió a todos con una destacada equidad. Casi como si fuera una ceremonia cada uno tomó su vaso y le dio un sorbo a la fría cerveza. Se miraron sin saber que hablar, y otro sorbo vino después. Discusiones sobre alguna partida de póker en la que alguno había perdido, según ese injustamente, según los demás por ineptitud. Apuestas y duelos empezaron a desenrollarse en la mesa como pergaminos. Se acabó la cerveza, otra llegó a la mesa acompañada de un cenicero y más discusiones y burlas. En un momento, ya entrada la madrugada, el hombre desagradable de la barra pasó al lado de la mesa. Los miró con un poco de asco y cerró la puerta del bar con llave. En la mesa seguían las discusiones cada vez más gritadas y más embebidas de cerveza. La llave en la cerradura colgaba como un péndulo, algunos la tomaban la giraban y se retiraban del bar. El despreciable encargado del bar se acercaba cada vez y volvía a ponerle llave. La humedad dentro del lugar era insoportable, el hedor llenaba el lugar, no se sabía de donde provenía, pero formaba parte de la situación. Para esta altura de la noche los envases vacíos casi llenaban la mesa, y las discusiones habían disminuido, el silencio era casi completo y cada uno de los participantes estaba inmerso en sus propios pensamientos, tal vez pensando en como justificar sus posturas en las conversaciones anteriores, casi inútilmente. De nuevo se acercaba el de la barra, y ya nadie le prestaba atención, tomó la llave y la guardó en su bolsillo, volvió hasta el fondo de la habitación, detrás de la barra. De pronto la música cambio, la imagen empezó a ser cada vez mas confusa, todo se cubrió de una atmósfera oscura y extraña. La gente que quedaba en el bar poco se daba cuenta. De pronto alguien detrás de la barra empezó a hablar con el encargado. Las luces se apagaron del todo. En las mesas empezaron a verse caras de confusión, algunos se paraban e intentaban irse, pero la puerta cerrada, nos les permitía el paso. El encargado ignoraba a quienes querían irse y tan solo miraba a su interlocutor. Las palabras del nuevo orador se hacían cada vez más fuertes y entraban como cuchillos en los oídos de los improvisados feligreses. De repente y sin saber como, todos estaban callados prestando atención y casi embelesados por algo que parecía una ceremonia. El encargado y el orador se ubicaron en el centro del lugar, casi no podía verse que estaban haciendo, llevaban cosas en las manos, y sus palabras ya eran gritos de furia y desesperación. Envueltos en una ira desconocida y desquiciada no miraban a los participantes obligados de la situación, de pronto, algo como una luz se encendió al fondo, detrás de la barra y apareció un hombre alto y bien vestido, que también emitía gritos como los otros dos, por detrás de él se podía ver la luz que avanzaba. En la mesa, los cinco amigos se encontraban en una especie de calma inquieta, perdidos en la situación que ocupaba a todos los participantes y totalmente entregados a la celebración. La luz avanzaba cada vez mas y con ella un espeso humo y un calor insoportable. De pronto, como si la magia hubiera desaparecido, se escucharon gritos de horror y se vieron cuerpos corriendo en la oscuridad adornada de guirnaldas de fuego. La desesperación envolvió a la mayoría de los clientes, aunque algunos, perdidos en las palabras de los tres oradores que ahora gritaban irreconocibles frases envueltos en la ira y la locura, estaban arrodillados detrás de ellos casi con la misma cara de devoción a lo desconocido, gritando, rodeados de las llamas que llenaban la habitación. De pronto el fuego lo inundó todo mientras los gritos de desesperación se mezclaban con los de adoración y el sacrificio se completaba.
Las llamas ardían fuertemente y las cosas se desintegraban a su paso. De a poco el silencio llenó el lugar, ya no había gritos ni exclamaciones de dolor, sólo el crujido de la madera, los papeles y los cuerpos extintos.