martes, 23 de agosto de 2011
jueves, 18 de agosto de 2011
Canción I
con la llovizna persistente
sobre los hombros cansados de los hombres
sobre los pelos oscuros de los niños.
Los ojos como perlas pierden el brillo.
El sabor del cigarrillo
se mezcla con las lagrimas de los otros.
Mientras los unicornios
me llevan, arriba, a lo azul.
Debe haber una brisa fresca
como de invierno lléndose
que haga bailar las cortinas, lentas
que haga balancear los árboles.
Los ojos como perlas pierden el brillo.
El sabor del cigarrillo
se mezcla con las lágrimas de los otros.
Mientras los unicornios
me llevan, arriba, a lo azul.
martes, 13 de octubre de 2009
Viaje
Como todas las noches aproximadamente a las once y media empezó a acomodar las cosas para la mañana siguiente, sin pensarlo, parada al lado de la puerta de la habitación, levantó la mano, soltó un “chau” casi sin volumen y cerró la puerta.
Una luz proveniente de la calle entraba por la ventana. A pesar de ser artificial era cálida y alumbraba lo suficiente como para andar por el cuarto sin problemas.
Se sacó toda la ropa, se puso una remera que estaba tirada sobre una silla y ordenó prolijamente la remera, el pantalón, el pulóver, las medias y el corpiño sobre la misma silla; puso las zapatillas al costado de la cama y se sentó en ella. Las sabanas frías le hicieron correr un escalofrío por todo el cuerpo.
Las sombras paseaban por las paredes de la habitación, afuera todo seguía moviéndose, autos, personas, ruidos, árboles, hojas, viento.
Cerró los ojos un segundo, el cansancio del día le impedía terminar de acostarse. Dio un cuarto de giro y subió las piernas sobre el colchón. Se recostó sobre las colchas y ya no pudo esperar para taparse.
La cabeza se le hundió en la almohada, el pelo le tapaba los ojos ocultando las luces que entraban de afuera. Se rozaba un pie contra otro para calentarlos. Los ojos cerrados.
De pronto la levedad, la liviandad. Como si el cuerpo estuviera suspendido en el aire. Segundos desde la realidad al sueño. Instantes desde la conciencia a la inconciencia.
Los ojos se aplastan, y a pesar de la sensación de flotar es como si el cuerpo pesara más.
Sin saber cómo está en la casa de sus padres. Están todos, la abuela, los hermanos, los padres, se ríen y hablan de cosas de todos los días. Está oscuro, de pronto las paredes cambian de color, como si de ellas se desprendiera pintura roja, todos corren, la desesperación de la inundación, el padre la agarra del brazo; “es la invasión” le grita, corren arrastrados por el río de sangre. Llegan afuera. La claridad del sol la ciega y por un instante no puede ver nada. De repente, un campo se alza ante sus ojos y está sola; camina sin saber donde está, la noche se pone en su cabeza, la luna es gigante, ilumina lo que hay alrededor. De pronto empiezan a verse árboles por todos lados, altos y oscuros con ramas gruesas que casi la alcanzan, le rozan el pelo. Escucha un ruido extraño, se da vuelta; caballos corren, se acercan rápidamente. Sin pensarlo se da vuelta y escapa sin saber a donde se dirige. Los pocos rayos de luz entran entre las copas de los árboles y proyectan sombras. Se desespera y corre cada vez más rápido, le duelen las piernas, el pelo le pega en la cara, corre y corre sin pensar. Ve que la persigue un caballo blanco como la sal, se da vuelta en busca de algo que no sabe lo que es.
Se despierta.
Mira por la ventana que está al lado de la cama, la noche es azul oscuro, casi negro; no se ven estrellas. Las luces de afuera no están más y de pronto la ventana se abre golpeando la pared y deja que el cielo cubra el techo. Ahora las paredes son azules oscuras como la noche, llenas de estrellas que brillan lejos diminutas. Desde una punta se ven rayos cada vez más grandes, suben tiñendo de rosas y anaranjados las paredes, siente como el color la abraza, se sumerge en él. Una luz blanca inunda todo, ella es blanca, es aire, es luz. Desaparece.
Se despierta, una alarma suena en algún lado. Agarra el reloj pero no puede ver los números, prende una luz y cada vez ve menos. Se levanta y envuelta en las colchas camina hasta el interruptor, mira la ventana parece de noche; prende la luz, de pronto todo es más claro, más blanco, pero sigue sin ver. Vertiginosamente se da cuenta que todo es gris y con cada luz que enciende todo es mas blanco, las cosas de la habitación destellan claridad, le duelen los ojos, ciega por un momento, piensa que debe ser tarde, que no puede terminar de encontrarle forma a los números del reloj. Camina por la habitación hasta la cama chocándose las cosas que a cada momento son más blancas y brillantes. Se tira en la cama.
Se despierta.
Mira por la ventana que está a la derecha de su cama, ya el sol brilla y un rayo de luz le da justo en los ojos. Se tapa la cara con las sabanas. Otra vez, la levedad, la liviandad, la ingravidez del sueño.
miércoles, 19 de agosto de 2009
Adrenalina
Corren desesperados. La gente los mira y se hace a un lado cuando los ve llegar, a veces alguna persona no se mueve del camino, la chocan, se caen. Los cuerpos se mezclan en un golpe seco, parecieran unirse y convertirse una sola masa de carne que rebota entre sí se secciona y las partes caen desplomadas al suelo. Se paran frenéticamente y vuelve a empezar la carrera.
Corren como agua por el río en una creciente. La tierra de las veredas que se les pega en la ropa, les irrita los ojos, se mete entre sus dientes. La mastican, la saborean. Cruzan las calles sin mirar, esquivando autos, camiones, colectivos. Saltan, se escurren, chocan, empujan.
Corren. Sus cuerpos parecen desarmarse, sus piernas se estiran más de lo que se supone que pueden, sus brazos se mueven al costado de su cuerpo, pareciera que van a salirse, son tentáculos que los ayudan a no caer, escudos que empujan cualquier cosa o ser que se interpone. Sus cuerpos parecen de plástico caliente, se deforman y vuelven a acomodarse.
Corren como el viento, en contra, como sea, corren alterados, desesperados nada los detiene, corren.
Escapan.
http://www.youtube.com/watch?v=bRQEsLwQrJc
domingo, 16 de agosto de 2009
Extravío
jueves, 4 de junio de 2009
El Último Segundo
domingo, 24 de mayo de 2009
Celebración

Caminaban todos juntos por la vereda, eran cinco. El más alto de todos llegó primero a la esquina, tomó el picaporte y abrió la puerta del bar. De a uno pasaron por la estrecha puerta y se sentaron en la única mesa vacía. El que había abierto la puerta fue en busca de una cerveza.
El lugar era oscuro y sucio; a pesar de que todas las mesas estaban ocupadas, no había mucha gente, la música se escuchaba claramente y detrás de la barra un hombre de desagradable aspecto atendía el bar. Volvió el más alto con una cerveza y los vasos necesarios, los ubicó en círculo en la mesa y puso la cerveza al medio. El que estaba sentado en contra de la pared tomó la iniciativa y les sirvió a todos con una destacada equidad. Casi como si fuera una ceremonia cada uno tomó su vaso y le dio un sorbo a la fría cerveza. Se miraron sin saber que hablar, y otro sorbo vino después. Discusiones sobre alguna partida de póker en la que alguno había perdido, según ese injustamente, según los demás por ineptitud. Apuestas y duelos empezaron a desenrollarse en la mesa como pergaminos. Se acabó la cerveza, otra llegó a la mesa acompañada de un cenicero y más discusiones y burlas. En un momento, ya entrada la madrugada, el hombre desagradable de la barra pasó al lado de la mesa. Los miró con un poco de asco y cerró la puerta del bar con llave. En la mesa seguían las discusiones cada vez más gritadas y más embebidas de cerveza. La llave en la cerradura colgaba como un péndulo, algunos la tomaban la giraban y se retiraban del bar. El despreciable encargado del bar se acercaba cada vez y volvía a ponerle llave. La humedad dentro del lugar era insoportable, el hedor llenaba el lugar, no se sabía de donde provenía, pero formaba parte de la situación. Para esta altura de la noche los envases vacíos casi llenaban la mesa, y las discusiones habían disminuido, el silencio era casi completo y cada uno de los participantes estaba inmerso en sus propios pensamientos, tal vez pensando en como justificar sus posturas en las conversaciones anteriores, casi inútilmente. De nuevo se acercaba el de la barra, y ya nadie le prestaba atención, tomó la llave y la guardó en su bolsillo, volvió hasta el fondo de la habitación, detrás de la barra. De pronto la música cambio, la imagen empezó a ser cada vez mas confusa, todo se cubrió de una atmósfera oscura y extraña. La gente que quedaba en el bar poco se daba cuenta. De pronto alguien detrás de la barra empezó a hablar con el encargado. Las luces se apagaron del todo. En las mesas empezaron a verse caras de confusión, algunos se paraban e intentaban irse, pero la puerta cerrada, nos les permitía el paso. El encargado ignoraba a quienes querían irse y tan solo miraba a su interlocutor. Las palabras del nuevo orador se hacían cada vez más fuertes y entraban como cuchillos en los oídos de los improvisados feligreses. De repente y sin saber como, todos estaban callados prestando atención y casi embelesados por algo que parecía una ceremonia. El encargado y el orador se ubicaron en el centro del lugar, casi no podía verse que estaban haciendo, llevaban cosas en las manos, y sus palabras ya eran gritos de furia y desesperación. Envueltos en una ira desconocida y desquiciada no miraban a los participantes obligados de la situación, de pronto, algo como una luz se encendió al fondo, detrás de la barra y apareció un hombre alto y bien vestido, que también emitía gritos como los otros dos, por detrás de él se podía ver la luz que avanzaba. En la mesa, los cinco amigos se encontraban en una especie de calma inquieta, perdidos en la situación que ocupaba a todos los participantes y totalmente entregados a la celebración. La luz avanzaba cada vez mas y con ella un espeso humo y un calor insoportable. De pronto, como si la magia hubiera desaparecido, se escucharon gritos de horror y se vieron cuerpos corriendo en la oscuridad adornada de guirnaldas de fuego. La desesperación envolvió a la mayoría de los clientes, aunque algunos, perdidos en las palabras de los tres oradores que ahora gritaban irreconocibles frases envueltos en la ira y la locura, estaban arrodillados detrás de ellos casi con la misma cara de devoción a lo desconocido, gritando, rodeados de las llamas que llenaban la habitación. De pronto el fuego lo inundó todo mientras los gritos de desesperación se mezclaban con los de adoración y el sacrificio se completaba. Las llamas ardían fuertemente y las cosas se desintegraban a su paso. De a poco el silencio llenó el lugar, ya no había gritos ni exclamaciones de dolor, sólo el crujido de la madera, los papeles y los cuerpos extintos.