martes, 28 de abril de 2009

La palma se humedece un poquito, casi no se nota.
Estirás levemente los dedos y acaricias despacio su muñeca hasta sentir que las yemas de tus dedos tocan la palma de la otra mano.
Recorrés sutilmente cada línea de la mano sintiendo como el calor pasa de una mano a otra en instantes.

[Te sentís que no sos el único nervioso en ese momento.]

Respiras profundo y contraes un poquito la punta de los dedos.
Inmediatamente te encontrás con los dedos finos y largos, que forman surcos que indican cual es el camino.
Deslizas la punta de tus dedos entre ellos, que no se resisten, acariciando la piel suave y sedosa.
Llegás hasta la punta de ellos y las acaricias circularmente como dudando que hacer.
Sin pensarlo acomodás cada uno de tus dedos entre ellos como si quisieras tomar cada partícula de aire que hay entre las dos manos y vas cerrando cada vez mas los dedos hasta que ya no cabe ni un suspiro entre ellas.
Te das cuenta que la otra mano empieza a encorvarse y lentamente cada yema de los dedos acaricia suavemente el dorso de tu mano que descansa, por fin, relajada.

4 comentarios:

  1. Gracias por entrar, leer y firmar...

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  2. sencillamente imposible de describir lo que produce en mí y en los otros 6 este escrito.

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  3. Tu nombre, Juan Carlos, me suena tan conocido...

    Espero que, lo que sea que te produzca, sea lindo...

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