domingo, 3 de mayo de 2009

La Escalera

Abrí rápidamente la puerta y me encaminé hacia la escalera. Tenía demasiados sentimientos mezclados en mí, no sabía exactamente que quería o que estaba haciendo, pero de todas formas corrí hasta la escalera.
Miré para arriba y subí cinco escalones, algo adentro me hizo frenar. Sentía como si mi corazón se estuviera derritiendo adentro mío. Tal vez esa misma sensación hacía que no pudiera respirar; tomaba aire agitadamente, pero me dolía hacerlo. Puse mi mano sobre la baranda y agache mi cabeza.
Sólo podía pensar que tenía que subir, entonces decidí seguir adelante aunque el aire se entrecortara por los nervios. Levante mi cabeza y miré hacia la cima de la escalera. Subí dos escalones mas, sabía que estaba en la mitad.
Había subido demasiadas veces esa escalera como para saber exactamente cuantos escalones tenía. Es más, sabía que además de los catorce pasos para llegar al final de la escalera, tenía que hacer otros cinco para llegar a tu puerta.
Seguía sintiendo esa extraña sensación en mi pecho, pero no podía darme el lujo de asustarme. Era ahora o nunca. Mi cuerpo me había hablado y me había dicho que te necesitaba, debía hacerlo sin importar las consecuencias.
Subí otros tres escalones y ya ahí podía imaginar o ver (no lo recuerdo exactamente) tu puerta, o parte de ella. Tal vez la imaginación es la que traiciona al ser humano, es esta característica que forma parte de todos los hombres; es la capacidad de inventar algo en nuestras mentes, y a veces, hasta trasladarlo a la realidad y convivir en un mundo pseudo fantástico.
Entonces ya mi corazón latía desmesuradamente, el aire llegaba hasta el fondo de mis pulmones pero no me servía, sentía que me ahogaba. En ese momento fue cuando estas imágenes que uno crea empezaron a molestarme. De repente, y sin saber por qué, sentí la urgente necesidad de correr hacía abajo y volver hasta mi casa, hacer de cuenta que nunca estuve ahí, olvidarme de lo que había sentido y quedarme con lo que tenía.
Pero no podía ignorar mis sentimientos, ellos estaban ahí cavando una fosa por dentro, haciéndose cada vez más profundos y, lo peor de todo, ocupando cada vez más lugar en mí.
Para este momento miraba perdido en sentido contrario a tu puerta, pensaba que debía correr, que no podría decir nada, que estar parado en esa escalera era una estupidez. Y otra vez la imaginación, gran amiga del hombre, me empujo para el otro lado. Sabía que con suerte, tal vez mucha, si subía esa escalera me convertiría en el hombre mas feliz; o tal vez no, pero satisfecho de haber llegado hasta el final, de haber probado.
Tomé aire con todas mis fuerzas y subí otros tres escalones. Mis piernas se aflojaban y mi pecho se inflaba y desinflaba a un ritmo inconstante. Estaba desesperado, asustado, aterrado.
En medio de todas estas sensaciones mi mente insistía en traicionar a mis sentimientos y me daba miles de razones para salir corriendo y evitarme un mal momento, pero ya estaba en el décimo escalón, sólo quedaban cuatro. Debía vencer a mis demonios, debía dejarlos aislados de este momento, no podía dejar que arruinaran ésta oportunidad.
Tenía sentimientos que cruzaban como flechas dentro de mí. Todos distintos, todos contrarios.
En un momento sentí que iba a desvanecerme, pero tome aire rápidamente y avance otros dos escalones. Ahí ya podía ver tu puerta de reojo (estoy seguro que la veía). Mi cuerpo pedía a gritos que me sentara, que no subiera. Mis manos se agarraban fuertemente de la baranda y mi cabeza se asentaba entre estas dos como descansando después de tanta corrida.
Era la primera vez que me costaba tanto subir esa escalera. Lo había hecho millones de veces y nunca había tardado tanto. De repente sentí como si un aire fresco me rozara la cara y pude oler tu perfume, entonces cerré los ojos y pude ver tus ojos. Esos ojos verdes rodeados de hermosas pestañas que me miraban desde adentro, que siempre me decían algo. No se bien que, pero algo decían y tal vez ellos eran los que ahora me hacían correr hasta tu puerta. Tal vez estaba buscando las palabras que completaran esa mirada, esa inconclusa mirada, que por momentos me llenaba y en otros me dejaba tan vacío que lo único que podía hacer era salir corriendo y escaparme de vos, de tus ojos que me encontraban en el fondo de lo que soy, me revelaban a mi mismo. Y seguramente por eso, escapaba de vos. Y seguramente por eso, siempre volvía a vos.
Ya aturdido de tanto pensar decidí abrir mis ojos y levantar mi cabeza. Tu perfume seguía dando vueltas como remolinos por toda la escalera y podía recordar los días que me iba de vos y tu perfume quedaba impregnado en mí. Miré hacia arriba y estabas ahí, parada al final de la escalera a dos escalones de mí mirándome otra vez. Pero no estabas extrañada, simplemente me mirabas como se mira algo que se conoce mucho. No sabía cuanto tiempo hacía que estabas ahí y cuando me di cuenta otra vez tus ojos estaban adentrándose en mí y tal vez esta fue la primera vez que los deje que me vieran, que no opuse ninguna resistencia. Fue la primera vez que me sentí vulnerable a todo.
Entonces te dejé entrar y te quedaste mirándome sin sorprenderte porque sabías que este día iba a llegar, porque lo estabas esperando, y simplemente te agachaste, siempre mirándome a los ojos, tendiste tu mano hacia mí y acariciaste mi cara.
Nada hizo falta decir.

4 comentarios:

  1. Qué bueno que no diste la vuelta. Odio la frase "... y qué si...".

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  2. Cleto quiso decir "...y qué si...?".

    Si no fuera por mí, no lo entiende a nadie a Cleto. Una vez pidió un hot dog en Pancho Villa. Decí que estaba yo y ahí nomás aclaré "pancho, señora. pancho".

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  3. La verdad, no había entendido que habías querido decír Cleto, pero después de la explicación de Ricardo todo está más claro.

    Hubiera sido muy triste si no llegaba al final, no?

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  4. Hubiera sido re triste, menos mal que el corazón te empuja pa delante!

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