martes, 13 de octubre de 2009

Viaje

Como todas las noches aproximadamente a las once y media empezó a acomodar las cosas para la mañana siguiente, sin pensarlo, parada al lado de la puerta de la habitación, levantó la mano, soltó un “chau” casi sin volumen y cerró la puerta.

Una luz proveniente de la calle entraba por la ventana. A pesar de ser artificial era cálida y alumbraba lo suficiente como para andar por el cuarto sin problemas.

Se sacó toda la ropa, se puso una remera que estaba tirada sobre una silla y ordenó prolijamente la remera, el pantalón, el pulóver, las medias y el corpiño sobre la misma silla; puso las zapatillas al costado de la cama y se sentó en ella. Las sabanas frías le hicieron correr un escalofrío por todo el cuerpo.

Las sombras paseaban por las paredes de la habitación, afuera todo seguía moviéndose, autos, personas, ruidos, árboles, hojas, viento.

Cerró los ojos un segundo, el cansancio del día le impedía terminar de acostarse. Dio un cuarto de giro y subió las piernas sobre el colchón. Se recostó sobre las colchas y ya no pudo esperar para taparse.

La cabeza se le hundió en la almohada, el pelo le tapaba los ojos ocultando las luces que entraban de afuera. Se rozaba un pie contra otro para calentarlos. Los ojos cerrados.

De pronto la levedad, la liviandad. Como si el cuerpo estuviera suspendido en el aire. Segundos desde la realidad al sueño. Instantes desde la conciencia a la inconciencia.

Los ojos se aplastan, y a pesar de la sensación de flotar es como si el cuerpo pesara más.

Sin saber cómo está en la casa de sus padres. Están todos, la abuela, los hermanos, los padres, se ríen y hablan de cosas de todos los días. Está oscuro, de pronto las paredes cambian de color, como si de ellas se desprendiera pintura roja, todos corren, la desesperación de la inundación, el padre la agarra del brazo; “es la invasión” le grita, corren arrastrados por el río de sangre. Llegan afuera. La claridad del sol la ciega y por un instante no puede ver nada. De repente, un campo se alza ante sus ojos y está sola; camina sin saber donde está, la noche se pone en su cabeza, la luna es gigante, ilumina lo que hay alrededor. De pronto empiezan a verse árboles por todos lados, altos y oscuros con ramas gruesas que casi la alcanzan, le rozan el pelo. Escucha un ruido extraño, se da vuelta; caballos corren, se acercan rápidamente. Sin pensarlo se da vuelta y escapa sin saber a donde se dirige. Los pocos rayos de luz entran entre las copas de los árboles y proyectan sombras. Se desespera y corre cada vez más rápido, le duelen las piernas, el pelo le pega en la cara, corre y corre sin pensar. Ve que la persigue un caballo blanco como la sal, se da vuelta en busca de algo que no sabe lo que es.

Se despierta.

Mira por la ventana que está al lado de la cama, la noche es azul oscuro, casi negro; no se ven estrellas. Las luces de afuera no están más y de pronto la ventana se abre golpeando la pared y deja que el cielo cubra el techo. Ahora las paredes son azules oscuras como la noche, llenas de estrellas que brillan lejos diminutas. Desde una punta se ven rayos cada vez más grandes, suben tiñendo de rosas y anaranjados las paredes, siente como el color la abraza, se sumerge en él. Una luz blanca inunda todo, ella es blanca, es aire, es luz. Desaparece.

Se despierta, una alarma suena en algún lado. Agarra el reloj pero no puede ver los números, prende una luz y cada vez ve menos. Se levanta y envuelta en las colchas camina hasta el interruptor, mira la ventana parece de noche; prende la luz, de pronto todo es más claro, más blanco, pero sigue sin ver. Vertiginosamente se da cuenta que todo es gris y con cada luz que enciende todo es mas blanco, las cosas de la habitación destellan claridad, le duelen los ojos, ciega por un momento, piensa que debe ser tarde, que no puede terminar de encontrarle forma a los números del reloj. Camina por la habitación hasta la cama chocándose las cosas que a cada momento son más blancas y brillantes. Se tira en la cama.

Se despierta.

Mira por la ventana que está a la derecha de su cama, ya el sol brilla y un rayo de luz le da justo en los ojos. Se tapa la cara con las sabanas. Otra vez, la levedad, la liviandad, la ingravidez del sueño.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Adrenalina

Corren. Rápido. El viento les mueve el pelo, corren y de vez en cuando miran para atrás. El viento frío congela las manos, los pies, la cara, la nariz, se les secan los ojos, se les vuelven a mojar, se les llenan de lágrimas que se deslizan por la cara. Las manos heladas recorren las mejillas secándolas. Casi no sienten los dedos. Las hojas de los árboles les pegan por todo el cuerpo, los ruidos de la ciudad los ensordecen.

Corren desesperados. La gente los mira y se hace a un lado cuando los ve llegar, a veces alguna persona no se mueve del camino, la chocan, se caen. Los cuerpos se mezclan en un golpe seco, parecieran unirse y convertirse una sola masa de carne que rebota entre sí se secciona y las partes caen desplomadas al suelo. Se paran frenéticamente y vuelve a empezar la carrera.


Corren como agua por el río en una creciente. La tierra de las veredas que se les pega en la ropa, les irrita los ojos, se mete entre sus dientes. La mastican, la saborean. Cruzan las calles sin mirar, esquivando autos, camiones, colectivos. Saltan, se escurren, chocan, empujan.

Corren. Sus cuerpos parecen desarmarse, sus piernas se estiran más de lo que se supone que pueden, sus brazos se mueven al costado de su cuerpo, pareciera que van a salirse, son tentáculos que los ayudan a no caer, escudos que empujan cualquier cosa o ser que se interpone. Sus cuerpos parecen de plástico caliente, se deforman y vuelven a acomodarse.

Corren como el viento, en contra, como sea, corren alterados, desesperados nada los detiene, corren.

Escapan.



http://www.youtube.com/watch?v=bRQEsLwQrJc

domingo, 16 de agosto de 2009

Extravío

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El pálido color de las paredes de la habitación entristecía aún más la situación. Una luz ámbar entraba por las hendijas de la puerta e iluminaba débilmente los muebles. Tirada en la cama con los brazos atrás de su cabeza sentía como las sensaciones cambiaban lentamente al compás de la música que llenaba la sala como olas que besan el arena de las playas. Una voz susurraba frases en un idioma extraño dentro de la radio.
Su cuerpo totalmente rendido y entregado a los efectos de la droga se desparramaba desordenadamente sobre el colchón. Los ojos abiertos como dos ventanas miraban fijamente el techo pero no veían nada.
Situaciones e imágenes se desarrollaban ante ella como una película, a veces estiraba lentamente la mano tratando de tocar alguna flor o acariciando el gato que se paseaba por la escena. Un parpadeo. Otra historia y el brazo caía desplomado al lado de su cuerpo.
De a poco y siempre siguiendo la música se dio vuelta hasta que su cara se hundió en las sabanas, la refregó entre ellas y sintió su suavidad, su perfume, extrañó a la persona que había dejado su aroma allí y volvió a olvidarse.
Cerraba lentamente los ojos y volvía a abrirlos, algo como cansancio y tristeza le recorría el cuerpo.
Afuera la noche era oscura y una luz de la calle dejaba un destello en la ventana. Observando detenidamente semejante fenómeno – un rayo de luz depositado en un vidrio, quieto, inmóvil, inalterable - , exploraba sus labios con la punta de los dedos. Era una caricia violenta, una forma de reconocerse. De la boca a las mejillas y de ellas a los ojos, los cerraba y con el dedo índice los rodeaba y dibujaba formas en ellos.
Otra vez la mano cansada volvía al costado del cuerpo.
La soledad de aquella habitación era casi material. Una pocilga en el medio de una posada barata de pueblo. En la calle ni ruido ni gente. El clima se prestaba para viajar, de mano de las inyecciones, por su mente. De a poco se iba yendo, divagando y vagando por sus recuerdos.
La piel se le volvía más sensible a cada instante, podía sentir cada centímetro de su cuerpo. Le ardían la nariz y los ojos. Empezaba a sentir cosquillas en las plantas de los pies. La música estaba más lejana y las imágenes eran menos.
Un golpe en la puerta de entrada de la posada. Voces, pasos, la escalera crujía. Rápidas pisadas como corridas hasta su puerta. Silencio.
Un golpe en la puerta de la habitación y el picaporte se torció. Se sentó en la cama, apoyó la espalda en la pared y metió la jeringa adentro del cajón de la mesa de luz. Entraron dos nenes de caras muy blancas y pelo muy negro, la miraron. Miraron hacia atrás.
Una mujer alta, cubría casi toda la puerta. La miró con desprecio y dijo algunas pocas palabras en un lenguaje que aún resultaba incompresible. Se dio vuelta y cerró la puerta.
Pasos, la escalera crujiendo y otra vez la puerta de la posada.
En la habitación habían prendido un velador y los nenes jugaban con las cosas que había en una caja sucia y media rota, mientras ella veía como el pálido color de las paredes era tan similar a esos rostros.

jueves, 4 de junio de 2009

El Último Segundo


Despacio abrió el ojo derecho y vio directamente las sabanas que le llegaban hasta la nariz. Sus manos hechas un bollito en su pecho y sus piernas dobladas una encima de la otra. El costado de su espalda descansaba sobre el colchón y su cara se hundía en la almohada.
De a poco se fue dando vuelta para no sentir tanto el frío de las sabanas hasta quedar boca arriba. El pelo todo revuelto se esparcía sobre la almohada. Se destapó un poco la cara hasta que las sabanas y colchas llegaron a sus hombros. Por su nariz entraba el crudo aire que flotaba en la habitación.
Abrió los dos ojos y miró el techo blanco. No se quería levantar. Tiró la cabeza para atrás y viendo el mundo al revés observó a través por la ventana. Las nubes grises como de algodón sucio cubrían el cielo y se veían algunas hojas de árboles medias marrones que volaban.
Se volvió a hundir en la almohada y se tapó toda la cara. Volvió a cerrar los ojos como haciendo fuerza para dormirse de nuevo, pero la idea de que tenía que levantarse le daba vueltas por la cabeza. No tenía otra opción.
Se movía despacio entre las sabanas, como despertando de a poco cada parte de su cuerpo.
De un solo movimiento corrió todo lo que la cubría, instantáneamente el frío le llegó hasta los huesos y se volvió a tapar desesperadamente. Evidentemente no era la mejor forma de levantarse.
Se volvió a enroscar en las colchas y a cerrar los ojos. Despacio volvió a abrirlos y esta vez segura de hacerlo se sentó en la cama y agarró el pantalón que colgaba de los pies casi en el piso.
Hizo un cuarto de giro sobre sí misma hasta que sus pies quedaron casi rozando la alfombra y comenzó a ponerse el pantalón. Sin prenderlo se agacho y busco las medias que estaban tiradas arriba de la alfombra, se las puso y después las pantuflas. Se paró, hizo dos pasos y agarró la primera remera de una pila de ropa que descansaba encima de un sillón que estaba en el medio de la pieza.
Camino tres pasos para su derecha, sacó una campera del ropero y se la puso también. Se abotonó el pantalón y caminó hasta la puerta de la habitación. Abrió la puerta y el calor de la otra sala le llenó la cara.
Llegó a al puerta del baño, tocó por las dudas hubiera alguien y nada se escucho adentro; se dio cuenta que era mejor poner el agua a calentar para no perder tiempo después. Dejó atrás el baño y se dirigió a la cocina. Llenó con agua en la pava, prendió la hornalla y la puso encima.
Por la ventana de la cocina podía verse que hacía un día de invierno brutal, el viento hacía volar las cosas y las nubes estaban altas, grises y quietas. Eran como un mar congelado.
Volvió al baño y esta vez no tocó.
Cuando entró el dolor inundó su cuerpo, sus piernas se aflojaron y todo su cuerpo se ablandó, de a poco y como en cámara lenta quedó acostada en el piso con la cara aplastada contra el piso helado del baño.
El dolor había empezado en el estómago y se había disipado por el cuerpo como un relámpago. Cada centímetro de su cuerpo y su piel había sentido la descarga violenta que fluía como la sangre y se escapaba por cada poro.
Ya tirada en el suelo, no podía ni siquiera moverse, estaba paralizada de dolor y a pesar que su mente estaba despierta su cuerpo parecía muerto.
Sus ojos frenéticos buscaban algo que la ayudara a moverse, pero nada parecía servir, no podía hablar, ni gritar, ni emitir sonido alguno.
A medida que pasaban los minutos podía sentir como cada parte de su cuerpo iba quedando sin vida. El proceso había iniciado por los dedos de los pies y subía lentamente como un monto que cubría su cuerpo. Los pies, las piernas, las rodillas, sus muslos. Era una cosquilla leve que acababa en la nada. Ni frío, ni calor.
Con cada minuto, el dolor abandonaba una parte que quedaba como inexistente.
El manto ya llegaba a su estómago y el miedo de la mente inteligente se desataba en sus neuronas.
De a poco su corazón latía cada vez menos y su garganta se cerraba, sin dejar que los casi inmóviles pulmones se inflaran.
Como un rayo de luz, sintió que su garganta se abría, y sus pulmones llenos de ese preciado aire se inflaban hasta lo más amplio, su corazón latió rápidamente. Sintió calor en las mejillas y sin pensar suspiró hondamente.
Cuando la ultima partícula de aire abandonó su cuerpo, se dio cuenta que ese había sido su ultimo segundo.

domingo, 24 de mayo de 2009

Celebración





Caminaban todos juntos por la vereda, eran cinco. El más alto de todos llegó primero a la esquina, tomó el picaporte y abrió la puerta del bar. De a uno pasaron por la estrecha puerta y se sentaron en la única mesa vacía. El que había abierto la puerta fue en busca de una cerveza.

El lugar era oscuro y sucio; a pesar de que todas las mesas estaban ocupadas, no había mucha gente, la música se escuchaba claramente y detrás de la barra un hombre de desagradable aspecto atendía el bar. Volvió el más alto con una cerveza y los vasos necesarios, los ubicó en círculo en la mesa y puso la cerveza al medio. El que estaba sentado en contra de la pared tomó la iniciativa y les sirvió a todos con una destacada equidad. Casi como si fuera una ceremonia cada uno tomó su vaso y le dio un sorbo a la fría cerveza. Se miraron sin saber que hablar, y otro sorbo vino después. Discusiones sobre alguna partida de póker en la que alguno había perdido, según ese injustamente, según los demás por ineptitud. Apuestas y duelos empezaron a desenrollarse en la mesa como pergaminos. Se acabó la cerveza, otra llegó a la mesa acompañada de un cenicero y más discusiones y burlas. En un momento, ya entrada la madrugada, el hombre desagradable de la barra pasó al lado de la mesa. Los miró con un poco de asco y cerró la puerta del bar con llave. En la mesa seguían las discusiones cada vez más gritadas y más embebidas de cerveza. La llave en la cerradura colgaba como un péndulo, algunos la tomaban la giraban y se retiraban del bar. El despreciable encargado del bar se acercaba cada vez y volvía a ponerle llave. La humedad dentro del lugar era insoportable, el hedor llenaba el lugar, no se sabía de donde provenía, pero formaba parte de la situación. Para esta altura de la noche los envases vacíos casi llenaban la mesa, y las discusiones habían disminuido, el silencio era casi completo y cada uno de los participantes estaba inmerso en sus propios pensamientos, tal vez pensando en como justificar sus posturas en las conversaciones anteriores, casi inútilmente. De nuevo se acercaba el de la barra, y ya nadie le prestaba atención, tomó la llave y la guardó en su bolsillo, volvió hasta el fondo de la habitación, detrás de la barra. De pronto la música cambio, la imagen empezó a ser cada vez mas confusa, todo se cubrió de una atmósfera oscura y extraña. La gente que quedaba en el bar poco se daba cuenta. De pronto alguien detrás de la barra empezó a hablar con el encargado. Las luces se apagaron del todo. En las mesas empezaron a verse caras de confusión, algunos se paraban e intentaban irse, pero la puerta cerrada, nos les permitía el paso. El encargado ignoraba a quienes querían irse y tan solo miraba a su interlocutor. Las palabras del nuevo orador se hacían cada vez más fuertes y entraban como cuchillos en los oídos de los improvisados feligreses. De repente y sin saber como, todos estaban callados prestando atención y casi embelesados por algo que parecía una ceremonia. El encargado y el orador se ubicaron en el centro del lugar, casi no podía verse que estaban haciendo, llevaban cosas en las manos, y sus palabras ya eran gritos de furia y desesperación. Envueltos en una ira desconocida y desquiciada no miraban a los participantes obligados de la situación, de pronto, algo como una luz se encendió al fondo, detrás de la barra y apareció un hombre alto y bien vestido, que también emitía gritos como los otros dos, por detrás de él se podía ver la luz que avanzaba. En la mesa, los cinco amigos se encontraban en una especie de calma inquieta, perdidos en la situación que ocupaba a todos los participantes y totalmente entregados a la celebración. La luz avanzaba cada vez mas y con ella un espeso humo y un calor insoportable. De pronto, como si la magia hubiera desaparecido, se escucharon gritos de horror y se vieron cuerpos corriendo en la oscuridad adornada de guirnaldas de fuego. La desesperación envolvió a la mayoría de los clientes, aunque algunos, perdidos en las palabras de los tres oradores que ahora gritaban irreconocibles frases envueltos en la ira y la locura, estaban arrodillados detrás de ellos casi con la misma cara de devoción a lo desconocido, gritando, rodeados de las llamas que llenaban la habitación. De pronto el fuego lo inundó todo mientras los gritos de desesperación se mezclaban con los de adoración y el sacrificio se completaba.
Las llamas ardían fuertemente y las cosas se desintegraban a su paso. De a poco el silencio llenó el lugar, ya no había gritos ni exclamaciones de dolor, sólo el crujido de la madera, los papeles y los cuerpos extintos.



martes, 19 de mayo de 2009


Fue como una bomba. Lentamente cayó del cielo, y al instante de tocar la tierra explotó frente a mí. Era una Verdad inalcanzable (quizá La Verdad) que se alzaba delante mío, a unos pocos metros pero a siglos de distancia. La miré, la contemplé. Por horas. Por días. (¿Años tal vez?). La desarmé en mi mente durante noches. La volví a armar. La rodeé, la sentí cerca y la sentí lejos. Desperté cansada de un sueño de años, adormecida, aturdida y confundida. No dejé que el sueño me atrapara nuevamente, me aferré a la existencia de esa Verdad. Fue lo que me mantuvo despierta. La extrañé durante momentos y me sobró durante otros. Intentaba entenderla. En mi imaginación estaba a mi lado, conmigo. Yo la comprendía, Ella y todo era tan simple que quería quedarme allí. Cada día era más difícil comprenderla, aferrarme a la idea de su existencia. Tal vez por ser algo tan lejano e incomprensible. (O por ser algo tan cercano y transparente). Mucho tiempo me llevó entender que nunca la tendría, como manera de aprehensión de algo, como apropiación del hecho. Me conforme con abrazar (abarcar) lo más que podía de Ella, para conocerla todo lo que mi intelecto me dejara y poder descifrar sus señales con mas rapidez.

[En el fondo, mi cuerpo y mi mente sabían que en algún momento iba a ser parte de mi]

miércoles, 13 de mayo de 2009


Después de un largo tiempo se encontraron. El viento soplaba fuerte atrás de los árboles y hacía estremecer los cuerpos. Por debajo de la puerta de madera una brisa entraba suavemente y se iba calentando a medida que atravesaba la habitación.
Sentados, se miraban sin hablar. La alfombra de piel acariciaba sus pies desnudos, que descansaban inquietamente. Había un aroma dando vueltas por el lugar, tal vez a vainillas.
Demasiado tiempo habían esperado este momento, y sin embargo no sabían que decir. El terror de que el tiempo transcurriera, hacía que sólo pudieran mirarse, porque las palabras ocupaban más espacio que sus miradas y hacían volar las horas. Sabían que pronto se terminaría el sueño.
Decidieron que simplemente lo mejor era tomarse de las manos y escuchar como el viejo tocadiscos dejaba sonar por ultima vez aquella música que trasladaba a otro tiempo; luego la púa, raspando el final de este. Se durmieron así, tirados en la alfombra, tapados apenas con una manta, que emanaba un raro olor a naftalina mezclado con recuerdos.


El día los sorprendió abrazados, envueltos en algo así como un lugar sin tiempo, un tiempo sin lugar. Sin viento, sin ruidos, sin voces, sin pasos.
Fuera del tiempo y el espacio el sepia inundó todo y a todos, el tiempo se congeló y los llevo a donde querían estar. Allí ya nadie ni nada importaba.



Los encontraron debajo de los escombros. La Guerra había estallado.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Esperas


Y prendí uno atrás de otro… ninguno de los cigarrillos parecía llenarme… después me di cuenta que no era lo que necesitaba… un poco tarde tal vez, porque ya había fumado como diez… me costo darme cuenta… sentía frío en los pies y mi cara estaba totalmente quieta… como paralizada.

Sabia que nada de lo que estaba por ahí cerca me iba a hacer bien… pero ya me había cansado de mendigar… es como escuche una vez: “no hay que andar pidiendo que lo quieran… hay que buscar quien es el que lo quiere”… pensaba eso y me sonreía… a lo mejor no lo había escuchado y sólo se me había ocurrido… no se… pero servía igual.

No tenía ganas de moverme… hacía como dos horas que tendría que haberme acostado, pero no tenía ganas de pararme, el sillón era cómodo… me hubiera recostado en el, pero la pila de cosas que tenía encima me lo impedía. Mire las cosas con intención de correrlas y me arrepentí ahí nomás, no valía la pena, al otro día las iba a tener que juntar del piso y creo que eso era peor.

Ya se me estaba terminando el cigarrillo y yo seguía esperando que el aire fresco de afuera trajera tu perfume… ja… “esas cosa no pasan”- pensé… y apague el cigarrillo.
Cerré los ojos y apareció tu cara, como si estuvieras ahí… me quedé un rato mirándote, no se para que, sabía que solamente era un recuerdo, pero parecía tan real, hasta me daban ganas de acariciarte.

Abrí los ojos lentamente, como esperando que realmente estuvieras acá, o tal vez saludándote, porque sabía que no estabas acá. Me paré y volví a poner la misma música de todos los días, otra vez, los vecinos debían pensar que algo raro me pasaba… ja!, la verdad era lo que menos me importaba, sabía que si escuchaba eso algo dentro se sanaba.

Por momentos un punto fijo se adueñaba de mi mirada y me humedecía los ojos, por suerte siempre fui fuerte, entonces nunca se terminaban de mojar, aunque creo que hubiera sido bueno en ese momento dejarlos que hagan lo que querían, de todas formas ya no eran míos; te los había regalado alguna noche de verano, fresca y húmeda viendo las estrellas. Otra vez una sonrisa irónica cruzaba por mi rostro.

Todo el tiempo pensaba… que seria si no te hubiera conocido, seguro que a esta hora ya estaría durmiendo, en tranquilidad, soñando cualquier cosa, o nada. Ahora solo soñaba con vos, con vos en todos lados, con vos en ningún lado, vos conmigo, vos sin mi, vos de frente, llegando, vos de espaldas yéndote; y otra vez se me humedecían los ojos.

Ya había decidido no buscarte más… pero la espera era larga y difícil. Los días pasaban lentamente y los cigarrillos eran siempre pocos, ya nada era lindo, divertido, rico, dulce o salado, todo me daba lo mismo, después de que pasaste por acá nada importó más. Solo te quería a vos.

Me imagine la expresión de mi rostro en ese mismo instante y simplemente cerré los ojos y me quedé esperando… esperándote…

domingo, 3 de mayo de 2009

La Escalera

Abrí rápidamente la puerta y me encaminé hacia la escalera. Tenía demasiados sentimientos mezclados en mí, no sabía exactamente que quería o que estaba haciendo, pero de todas formas corrí hasta la escalera.
Miré para arriba y subí cinco escalones, algo adentro me hizo frenar. Sentía como si mi corazón se estuviera derritiendo adentro mío. Tal vez esa misma sensación hacía que no pudiera respirar; tomaba aire agitadamente, pero me dolía hacerlo. Puse mi mano sobre la baranda y agache mi cabeza.
Sólo podía pensar que tenía que subir, entonces decidí seguir adelante aunque el aire se entrecortara por los nervios. Levante mi cabeza y miré hacia la cima de la escalera. Subí dos escalones mas, sabía que estaba en la mitad.
Había subido demasiadas veces esa escalera como para saber exactamente cuantos escalones tenía. Es más, sabía que además de los catorce pasos para llegar al final de la escalera, tenía que hacer otros cinco para llegar a tu puerta.
Seguía sintiendo esa extraña sensación en mi pecho, pero no podía darme el lujo de asustarme. Era ahora o nunca. Mi cuerpo me había hablado y me había dicho que te necesitaba, debía hacerlo sin importar las consecuencias.
Subí otros tres escalones y ya ahí podía imaginar o ver (no lo recuerdo exactamente) tu puerta, o parte de ella. Tal vez la imaginación es la que traiciona al ser humano, es esta característica que forma parte de todos los hombres; es la capacidad de inventar algo en nuestras mentes, y a veces, hasta trasladarlo a la realidad y convivir en un mundo pseudo fantástico.
Entonces ya mi corazón latía desmesuradamente, el aire llegaba hasta el fondo de mis pulmones pero no me servía, sentía que me ahogaba. En ese momento fue cuando estas imágenes que uno crea empezaron a molestarme. De repente, y sin saber por qué, sentí la urgente necesidad de correr hacía abajo y volver hasta mi casa, hacer de cuenta que nunca estuve ahí, olvidarme de lo que había sentido y quedarme con lo que tenía.
Pero no podía ignorar mis sentimientos, ellos estaban ahí cavando una fosa por dentro, haciéndose cada vez más profundos y, lo peor de todo, ocupando cada vez más lugar en mí.
Para este momento miraba perdido en sentido contrario a tu puerta, pensaba que debía correr, que no podría decir nada, que estar parado en esa escalera era una estupidez. Y otra vez la imaginación, gran amiga del hombre, me empujo para el otro lado. Sabía que con suerte, tal vez mucha, si subía esa escalera me convertiría en el hombre mas feliz; o tal vez no, pero satisfecho de haber llegado hasta el final, de haber probado.
Tomé aire con todas mis fuerzas y subí otros tres escalones. Mis piernas se aflojaban y mi pecho se inflaba y desinflaba a un ritmo inconstante. Estaba desesperado, asustado, aterrado.
En medio de todas estas sensaciones mi mente insistía en traicionar a mis sentimientos y me daba miles de razones para salir corriendo y evitarme un mal momento, pero ya estaba en el décimo escalón, sólo quedaban cuatro. Debía vencer a mis demonios, debía dejarlos aislados de este momento, no podía dejar que arruinaran ésta oportunidad.
Tenía sentimientos que cruzaban como flechas dentro de mí. Todos distintos, todos contrarios.
En un momento sentí que iba a desvanecerme, pero tome aire rápidamente y avance otros dos escalones. Ahí ya podía ver tu puerta de reojo (estoy seguro que la veía). Mi cuerpo pedía a gritos que me sentara, que no subiera. Mis manos se agarraban fuertemente de la baranda y mi cabeza se asentaba entre estas dos como descansando después de tanta corrida.
Era la primera vez que me costaba tanto subir esa escalera. Lo había hecho millones de veces y nunca había tardado tanto. De repente sentí como si un aire fresco me rozara la cara y pude oler tu perfume, entonces cerré los ojos y pude ver tus ojos. Esos ojos verdes rodeados de hermosas pestañas que me miraban desde adentro, que siempre me decían algo. No se bien que, pero algo decían y tal vez ellos eran los que ahora me hacían correr hasta tu puerta. Tal vez estaba buscando las palabras que completaran esa mirada, esa inconclusa mirada, que por momentos me llenaba y en otros me dejaba tan vacío que lo único que podía hacer era salir corriendo y escaparme de vos, de tus ojos que me encontraban en el fondo de lo que soy, me revelaban a mi mismo. Y seguramente por eso, escapaba de vos. Y seguramente por eso, siempre volvía a vos.
Ya aturdido de tanto pensar decidí abrir mis ojos y levantar mi cabeza. Tu perfume seguía dando vueltas como remolinos por toda la escalera y podía recordar los días que me iba de vos y tu perfume quedaba impregnado en mí. Miré hacia arriba y estabas ahí, parada al final de la escalera a dos escalones de mí mirándome otra vez. Pero no estabas extrañada, simplemente me mirabas como se mira algo que se conoce mucho. No sabía cuanto tiempo hacía que estabas ahí y cuando me di cuenta otra vez tus ojos estaban adentrándose en mí y tal vez esta fue la primera vez que los deje que me vieran, que no opuse ninguna resistencia. Fue la primera vez que me sentí vulnerable a todo.
Entonces te dejé entrar y te quedaste mirándome sin sorprenderte porque sabías que este día iba a llegar, porque lo estabas esperando, y simplemente te agachaste, siempre mirándome a los ojos, tendiste tu mano hacia mí y acariciaste mi cara.
Nada hizo falta decir.

jueves, 30 de abril de 2009

La Celda Invisible

Mis brazos y piernas hacían fuerza para afuera y sin embargo no podían romper el plástico que las apretaba… mi cuerpo pedía a gritos escapar de esa prisión transparente… podía sentir como mis pulmones se esforzaban para cumplir su función… para llenarse de aire… para que no muriéramos… ni ellos ni yo… para que todo siguiera acá… para no dejar este lugar… este bello lugar… yo luchaba y pensaba… algo que me costaba mucho… porque el miedo me impedía ser razonable… la intranquilidad había ocupado demasiado espacio en mí como para poder armar un plan que me permitiera escapar… solo podía pensar en zafarme… en romperlo… en estar libre de nuevo… y eso no me llevaba a ningún lado… seguía dando vueltas una y otra vez sobre las mismas premisas… y ninguna era la correcta… ninguna era lo suficientemente sana como para llevarla a cabo… todas daban como resultado la autodestrucción… todas destruirían una parte de mi… algunas podían ser menos dolorosas, otras mas… pero todas dolían… todas iban a lastimarme… entonces pensé que tal vez no había una salida… una solución… una escapatoria… entonces me di cuenta que tal vez, tal vez esta era mi nueva realidad… tal vez debía tranquilizarme… aceptar este nuevo espacio, mucho mas pequeño que otros que he tenido… mucho mas difícil… porque ahí donde estaba sabía que solo estaba yo… y eso significa muchas cosas… verme… hablarme… conocerme… aceptarme ,creo la mas dura de todas… la mas dura porque era eso o irme… irme significaba dejar un día cualquiera de soportar la vida… dejar todos mis sentidos a la deriva… porque poco a poco, cada uno de estos se desvanecería… porque si yo dejara de hablarme, me olvidaría de cómo se escucha… y solo sabría que en algún momento algo entraba por mis oídos y generaba una reacción… y yo entendía… porque si yo dejara de sentirme, ya no sentiría nada, ya no sabría si estoy o no… porque el solo hecho de pasar mi lengua por mis labios sería una forma de permanecer con el sabor de algo en mí, y si dejara de hacerlo olvidaría todos los sabores que alguna vez tuve en mí… y los olores… como hacer para no aspirar mi propio perfume… y si lo hiciera, (porque no puedo aceptarme)… también dejaría en el olvido todos las esencias que alguna vez llegaron hasta mí… que tanto significaron… que si pudiera salir de ésta cárcel olería y sabría a que me recuerdan… y si lentamente cerrara mis ojos… para ya no abrirlos… la oscuridad ocuparía mi mente… y tan solo mi imaginación podría brindarme imágenes… escondidas en mí… imágenes viejas… lindas o feas… sólo imágenes… entonces pensé que no podía resignarme a perder todo esto… que la solución estaba en alguna parte de mí… y que hasta que no aprendiera a aceptarme, (la mas difícil de todas las cosas que debía hacer en este nuevo espacio), nunca encontraría la solución… porque hasta que no pudiera creer que sólo yo tenía la respuesta… y que sí, esa que había pensado era la solución, no iba poder escapar… e indefectiblemente perdería todos mis sentidos, y dejaría de ser… de existir… y mi cárcel ganaría…

martes, 28 de abril de 2009

La palma se humedece un poquito, casi no se nota.
Estirás levemente los dedos y acaricias despacio su muñeca hasta sentir que las yemas de tus dedos tocan la palma de la otra mano.
Recorrés sutilmente cada línea de la mano sintiendo como el calor pasa de una mano a otra en instantes.

[Te sentís que no sos el único nervioso en ese momento.]

Respiras profundo y contraes un poquito la punta de los dedos.
Inmediatamente te encontrás con los dedos finos y largos, que forman surcos que indican cual es el camino.
Deslizas la punta de tus dedos entre ellos, que no se resisten, acariciando la piel suave y sedosa.
Llegás hasta la punta de ellos y las acaricias circularmente como dudando que hacer.
Sin pensarlo acomodás cada uno de tus dedos entre ellos como si quisieras tomar cada partícula de aire que hay entre las dos manos y vas cerrando cada vez mas los dedos hasta que ya no cabe ni un suspiro entre ellas.
Te das cuenta que la otra mano empieza a encorvarse y lentamente cada yema de los dedos acaricia suavemente el dorso de tu mano que descansa, por fin, relajada.

lunes, 27 de abril de 2009

La Fresca Noche

En estas noches tranquilas, cuando los grillos cantan y acompañan al silencio, yo me siento a escucharlos y dejo que mis ojos paseen por la habitación.
Cubierta de sabanas recuerdo la fresca brisa del verano y extraño el frío del otoño, extraño tapar con una bufanda mi cara y caminar temprano a la mañana por las calles inundadas de sol, en busca de un mínimo detalle que me haga más feliz:

Las hojas resecas amontonadas en la calle Mendoza.
Las partículas marrones y verdes que adornan los colores de la vereda.
Un fruto seco caído de los lapachos.
La mezcla de colores que se hace cuando el sol pasa entre las ramas casi vacías de los árboles.
El vapor de los cafés de algún bar no muy concurrido.
Acurrucarme en algún asiento de la plaza.
Romper con mis pies las hojas secas, y sentir el sonido.
Meter las manos en los bolsillos y sentir la suavidad resguardadora de mi campera más calentita.




Todas estas cosas extraño en este otoño que aún no es…

Pero está llegando despacito.

domingo, 26 de abril de 2009

El - Ella - Y el tiempo/destino

Estaba él sentado en un café, en la esquina de una ciudad gris y fría. Aspiraba lentamente el aroma que brotaba de la taza materializado en vapor. Miraba sin darse cuenta lo que veía, y esperaba sin saber qué era exactamente lo que esperaba.

Alto y flaco, de cabellos muy oscuros y ojos redondos, casi negros, en los que hacía tiempo no se veía brillo. Se pasaba horas sentado en aquel café esperando…

El problema era saber qué esperaba. No lo sabía exactamente sólo sabia que tenía que esperar, allí, en ese café y en esa mesa.

Ya hacía tiempo que lo sabía; una mañana había despertado algo confundido y se había levantado rápidamente como quien tiene cosas importantes que hacer. Era domingo. Caminó en línea recta cinco cuadras hasta que encontró la imagen que tenía en su cabeza: cruzando la calle, había un modesto bar, con mesitas de madera lustrada, grandes ventanas y en la vereda dos grandes árboles con hojas del tamaño de la palma de su mano, algunas todavía verdes, que no se resignaban al paso de el verano, otras ya marrones caían, bailando, sobre el suelo y formaban un colchón crujiente en la vereda.

Cruzó la calle y entró en el bar, se sentó en una mesa al lado de una las ventanas y pidió un café.

Ya desde pequeña le gustaba bailar en el viento. Andaba todo el día dando vueltas, mientras iba al mercado o mientras paseaba en la plaza. Daba pequeños saltos cada tanto, y su cabello se movía al compás de las hojas de los árboles.

Era pequeña, con una sonrisa que ocupaba casi toda su cara, ojos brillantes, de un color casi verde agua y una mirada tan profunda como el mar. Tenía grandes pestañas oscuras, que delineaban la forma de sus ojos.

Le gustaba estar todo el día fuera de su casa, dando vueltas sin saber bien a donde iba, ni para qué salía. Disfrutaba más del invierno, porque podía ponerse mucha ropa y sentarse al sol hasta que se le ruborizaran las mejillas, y luego emprendía un camino sin destino pisando las hojas que crujían casi acompañando su baile.

Una tarde había salido en una de sus caminatas, encontró en el camino un parque que nunca había visto, y se sentó en el pasto a leer, dejando pasar las horas.

Un día sentado en aquel café, vio por la enorme ventana como el viento movía las hojas de los árboles, como si hubiera una melodía en el. Se quedo casi paralizado escuchando el silbido de la brisa que entraba por debajo de la puerta y sintió un escalofrío que le recorría la espalda. Ya era casi de noche, y había estado todo el día en café leyendo y escribiendo, escribiendo y releyendo, ya ninguna de sus historias le satisfacía. Tomó sus cosas y emprendió el camino de regreso a su casa. Ya en ella, sentado al lado de la estufa, sacó de su bolso las notas que había llegado a escribir, atiborradas de tachones y notas a los costados comenzó a acomodar todo ello en un papel nuevo.

Ya había leído aquel libro, hacía poco tiempo que se lo habían regalado, pero nunca se cansaba de él. Describía maravillosamente a un hombre joven, con los ojos cansados y la sonrisa escondida. Que buscaba sin encontrar y encontraba sin buscar. Trataba de entenderlo y ponerse en su lugar, algo que le parecía tan imposible como no bailar con el viento. De cierta manera, ella sólo quería contagiarlo, meterse dentro del libro y vivir a su lado su tristeza, su inconformidad, su desdicha; y que él viviera sus felicidades. Tal vez esta era la razón por la que releía tantas veces aquel libro, que no tenía principio ni fin.

Una mañana pensó que ya no tenía sentido salir de la casa, pues el frío congelaba sus huesos y la caminata hasta el café no hacía surgir en él ninguna inspiración. Había quedado varado en el medio de una historia, que no podía terminar, pero que tampoco sabía como empezar. Solo tenía unos cuantos renglones que escondían algo mucho más que unas pocas palabras, que debían desencadenar una historia, pero no. No sabía donde había quedado su capacidad de escribir, de desenvolver lenta y hermosamente el ovillo de ideas que tenía en su cabeza.

Había llegado a la conclusión de que desde el día que había ido al café, algo había cambiado, ya no podía decidir por el sólo, estaba atado a la voluntad de algo mas allá de él, y cuando menos lo esperaba estaba otra vez sentado en el café con la cabeza apoyada en el puño, con el vapor del café recién hecho entrando por su nariz, y en la otra mano el lápiz que giraba entre sus dedos.

No entendía por qué el escritor de aquel libro, se empeñaba en dejar a su protagonista encerrado en un círculo del cual no podía escapar, por qué este debía volver siempre a los mismos lugares, a las mismas situaciones. Esto era algo que le daba vueltas todo el día por la cabeza, pensaba que el libro no era una historia mas, que algo había detrás de toda esa maraña de hechos que se repetían casi de la misma manera, como un embudo sin fin. Se pasaba las tardes buscando la respuesta a esto sin poder entender el real secreto, y a la vez sin poder dejar de leer aquel libro.

Un tarde de julio, el viento helado del invierno le atravesaba la ropa y hacía correr por su cuerpo algo, como unas cosquillas que la hacían temblar, el sol se había escondido ya hacía varios días y ella sentía que algo le faltaba; sin pensarlo, se acomodó bien la bufanda y siguió su camino hasta que encontró un lugar perfecto para tomar algo caliente. Entró en un bar y pidió un café.

Ya cansado de que nada le saliera y de que aquellos pocos párrafos que había logrado escribir continuaran estáticos, casi sin definir nada, más que a una mujer de ojos brillantes y sonrisa iluminada, que se divertía con leer siempre el mismo libro y con bailar con el viento, dejó sus notas sobre la mesa, a modo de regalo para quien quisiera tomarlas, tomó su saco de paño, sus guantes y se fue del bar.

Eligió la mesa que más cerca de la ventana había; sobre ésta, se encontró a ella misma, dibujada con lápiz en forma de letras, descripta tal cual era. No podía entender como eso había llegado allí, como alguien había escrito eso; tal vez era alguien que la conocía, o tal vez no.

Dejó en olvido aquel libro y desde ese día fue siempre al café y se sentó al lado de la ventana a esperar a la persona que la había escrito…

Ya nunca volvió al café, no recordaba donde era. Como si de repente aquello que lo hacía dirigirse hacia ese lugar hubiera desaparecido…